Stromae, La Casa Azul y Fujii Kaze como arquitectos del pop moderno



Cada tanto resurge, en forma de meme, conversación o artículo de opinión, la idea de que los estándares en la música pop son abismales entre hombres y mujeres. Que mientras a las mujeres se les exige perfección vocal, estética, coreográfica y narrativa, a los hombres se les permite pasar con lo mínimo: una camisa sin mangas, una letra repetitiva y una imagen súper despreocupada, que muchas veces es una pose. Y aunque en parte comparto esa percepción, también creo que muchas veces nace del desconocimiento.

Porque sí existen hombres en el pop increíbles, que hacen música con sensibilidad, propuesta y cabeza. Artistas que no tienen miedo de ser vulnerables, teatrales, ~raros~ o incómodos. Que entienden que hacer pop no implica renunciar a la profundidad, sino combinar música, estética y narrativa en una propuesta con sentido.

Hoy quiero hablar de tres artistas que, aunque son completamente distintos entre sí -en país, idioma, estética y contexto- comparten algo en común: un respeto profundo por las melodías pop y una clara conciencia de que un alter ego, un universo propio, también forma parte del arte.

La Casa Azul aka Guille Milkiway


Comienzo con el más veterano: Guille Milkiway. Productor, compositor y multiinstrumentista español. Su currículum es de lo más ecléctico, desde haber creado lo que muchos consideran la primera canción viral de YouTube (“Amo a Laura”), hasta colaborar en campañas publicitarias de marcas como Nesquik. Ha desarrollado desde finales de los 90 un proyecto que comenzó como un “grupo fantasma”, donde los integrantes eran avatares y Guille, el verdadero cerebro detrás, permanecía oculto.

Con el lanzamiento de La revolución sexual (2007), el velo cae. En el videoclip que acompaña al tema, Guille se revela como el autor de todo: una decisión estética y emocional que conecta con el tono de sus canciones, siempre entre lo íntimo y lo artificioso.

Su discografía (Tan simple como el amor, La Polinesia Meridional, La gran esfera, etc.) es un viaje sonoro por décadas del pop: desde el bubblegum de los 60 hasta el synthpop futurista tipo Daft Punk. Pero más allá del sonido, lo que permanece es su mirada: melancólica, nostálgica, hiperconsciente.

Su mundo habla de la pérdida de la juventud, de la falta de autoestima, de la ansiedad romántica, del divorcio, de crecer sin haber aprendido a vivir. Y lo hace con una inteligencia que convierte esas heridas en canciones bailables. Es como si cada coro llevara dentro una contradicción hermosa: una celebración melancólica.

Actualmente, Guille parece estar en una especie de hiatus. Su último disco fue en 2019 y desde entonces se ha dejado ver solo en conciertos, colaboraciones y cameos como jurado en Operación Triunfo. Pero como todo lo suyo, quizá esa pausa también sea parte de una narrativa mayor.

Stromae

Hablar de Stromae es hablar de una figura única en el panorama del pop global. Nacido en Bélgica, hijo de padre ruandés, Paul Van Haver (su nombre real) irrumpió en la escena con Alors on danse en 2009, una canción que parecía hecha para la pista, pero que en realidad hablaba de desesperación social. Desde entonces, Stromae ha construido una carrera que desafía los límites de lo que entendemos por “pop comercial”.

Su segundo álbum, Racine Carrée (2013), es un manifiesto artístico: letras duras sobre enfermedades, racismo, rupturas familiares, adicciones, todo envuelto en beats irresistibles y melodías tarareables. Cada canción viene acompañada de una propuesta visual fuerte —videos que son pequeñas piezas de cine, actuaciones performáticas, personajes— y eso lo posiciona como un artista integral.

Parte de su genio está en el contraste: canta sobre el dolor más crudo y lo hace bailable. Su puesta en escena lo ha convertido en un ícono del pop (y de la moda) europeo contemporáneo: esa mezcla entre androide y mimo, entre circo y crítica social.

Una de sus apuestas más brillantes ha sido su alter ego visual: ese personaje de movimientos robóticos, trajes geométricos y mirada fija que no se sabe si es humano o androide. El videoclip de Formidablegrabado con cámaras ocultas en una calle de Bruselas, simulando una borrachera pública, es el tipo de jugada que define su carrera: emocional, teatral, incómoda y brillante.

Después de años de silencio por razones de salud mental y física, Stromae volvió con Multitude en 2022, un disco más sereno, menos urgente, pero igualmente poderoso. En él, se aleja del ritmo de estrella global para mostrarse como alguien menos robótico y un poco más cercano. Sigue siendo pop pero desde un lugar más sobrio y costumbrista.

Además, ha creado su propia marca de moda (Mosaert) y sigue explorando la idea de construir mundos completos, donde la estética, la música y la narrativa se funden. Lo suyo no es una carrera, es un universo.

Fujii Kaze

Por último está Fujii Kaze, probablemente el menos conocido de los tres fuera de Asia (no por mucho tiempo). Nacido en Japón en 1997, comenzó su carrera subiendo covers a YouTube desde su habitación en Okayama. Su formación es completamente autodidacta: aprendió a tocar el piano de oído, fascinado por artistas como Stevie Wonder, Yumi Matsutoya y los Beatles, y desarrolló una sensibilidad musical que desafía el molde del pop convencional japonés.

Su primer álbum, HELP EVER HURT NEVER (2020), ya mostraba una madurez inusual: letras introspectivas, interpretaciones vocales emocionales y una producción bastante global. Hay en ese disco una voluntad de sanar, de consolar, de ofrecer belleza sin adornos. Con él se consolidó como un fenómeno local y una especie artista avant-garde que poco a poco fue rompiendo fronteras, hasta que Shinunoga E-Wa explotó globalmente gracias a TikTok. Lo curioso es que, a diferencia de otros artistas que se viralizan, Fujii no ajustó su rumbo ni su estética para aprovechar el momento.

En sus presentaciones en vivo puede aparecer descalzo, improvisar largos pasajes instrumentales o interrumpir la canción para hablarle al público con la naturalidad de quien está platicando con amigos. Lo suyo no es el show, es la presencia. Su carisma no nace de la pose sino de algo más difícil de definir: una ternura que se siente sincera, una gracia innata que conecta desde lo simple.

Ese magnetismo se amplifica en su segundo disco, LOVE ALL SERVE ALL (2022), donde da un paso más hacia lo espiritual. Canciones como Grace o Garden parecen cantos religiosos. En entrevistas ha citado la Bhagavad-gītā como uno de sus textos de cabecera, y su interés por el budismo y la espiritualidad hindú se percibe en sus canciones.

Tres artistas, tres mundos. Ninguno encaja en el molde clásico del “pop masculino” en una industria donde muchas veces el pop se reduce a una fórmula de dopamina rápida. No se refugian en el cliché del genio atormentado, no usan su música como simple envoltorio de marketing ni temen mostrarse frágiles. Al contrario: se permiten ser vulnerables, teatrales, excesivos o melancólicos, sin perder nunca la inteligencia pop que los caracteriza. 

Lo interesante de estos tres artistas no es solo que hagan buen pop, sino que nos recuerdan que el pop puede ser mucho más de lo que a veces se espera de él. Que puede ser íntimo sin dejar de ser espectacular, bailable sin ser frívolo, complejo sin perder accesibilidad. En un panorama donde lo masculino en el pop muchas veces se asocia con desinterés o superficialidad, Stromae, La Casa Azul y Fujii Kaze proponen una profunda devoción por la música como forma de experimentar el mundo. 

Quizás no se trata de preguntar por qué faltan referentes, sino de aprender a mirar mejor. Porque el pop, cuando se hace con verdad, siempre ha estado ahí para quien sabe escuchar.

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